La ducha quedó olvidada mientras Vittorio lo recostaba de nuevo en la cama, deslizándose sobre él como si pertenecieran a ese espacio, a ese instante donde solo existían ellos. Las manos de Vittorio redescubrieron cada centímetro del cuerpo de Cristian, y sus labios dejaron un rastro de fuego en cada beso.—Eres mío… —susurró Vittorio, su aliento entrecortado mientras sus frentes se tocaban, mirándose con los corazones desbocados.Cristian lo abrazó con fuerza, sintiendo que en ese momento no había más verdad que la que ardía entre ellos.—Soy tuyo… —respondió, perdiéndose en la intensidad de Vittorio, en ese amor que, aunque prohibido, los hacía sentirse más vivos que nunca.El agua caliente caía en cascada sobre sus cuerpos, envolviéndolos en una nube de vapor que convertía el baño en un refugio temporal. Cristian apoyaba las manos contra los azulejos fríos, con la cabeza baja y los ojos cerrados, intentando calmar el torbellino que sentía en su pecho. Vittorio se acercó por detrás,
La noche era densa en casa de los Carbone. Las luces del enorme comedor iluminaban la mesa de caoba, reflejando destellos en las copas de vino que descansaban medio vacías. El aire olía a tabaco y cuero, impregnado con esa mezcla de poder y peligro que siempre rodeaba a la familia más temida de Italia.Cristian estaba sentado al lado de Vittorio, con las manos entrelazadas bajo la mesa, sintiendo las caricias lentas y persistentes de los dedos de su amante deslizándose por su piel. Cada roce lo ponía al borde de la locura, pero mantenía la compostura con la maestría de alguien que había crecido entre las sombras de la mafia.Juan Carlos Carbone, el patriarca, los observaba con esos ojos oscuros que podían atravesar el alma. Se llevó la copa de vino a los labios, estudiando a Cristian con la curiosidad de un depredador analizando a su presa.—Entonces, Cristian —dijo con voz grave—, veo que ahora estás un poco más comprometido con nosotros.Cristian sostuvo la mirada sin vacilar, sinti
La noche en el puerto era densa, cargada de humedad y con el olor salado del mar impregnando el aire. Las luces parpadeaban débilmente sobre los contenedores oxidados, proyectando sombras alargadas que se movían con el viento. El crujido de las tablas del muelle y el vaivén de las olas eran los únicos sonidos que acompañaban a Cristian y Vittorio mientras avanzaban con sus hombres, todos armados hasta los dientes.—¿Todo está en orden? —preguntó Vittorio a uno de los guardias, sin soltar su pistola.—Sí, señor. El cargamento debería llegar en quince minutos.Cristian caminaba a su lado, con los nervios crispados. Aunque intentaba disimular, sentía un nudo en el estómago. El puerto estaba demasiado silencioso, demasiado... fácil.—Esto no me gusta —susurró Cristian, mirando a Vittorio de reojo.Vittorio apretó la mandíbula, los músculos de su cuello tensándose.—A mí tampoco.De repente, un silbido rompió la calma, seguido de un estruendo. El primer disparo se clavó en el pecho de uno
El auto rugía contra el asfalto mientras Vittorio pisaba el acelerador con tanta fuerza que los neumáticos chirriaban en cada curva cerrada. La ciudad se desdibujaba en luces borrosas mientras la sangre de Cristian empapaba el asiento y las manos de Vittorio, que apretaban el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.—¡Aguanta, mi amor! —murmuraba, con la mandíbula trabada y los ojos desbordados de rabia y desesperación. Cristian gemía débilmente, la cabeza ladeada sobre el reposabrazos, con el rostro pálido y sudoroso.Vittorio, con los dientes apretados, arrancó el teléfono del salpicadero y marcó con dedos temblorosos.—¿Dónde demonios estabas? —bramó en cuanto su padre respondió, su voz quebrándose por la furia.—¿Vittorio? ¿Qué está pasando? —preguntó Juan Carlos, con su tono habitual de calma peligrosa.—¡Nos emboscaron! ¡Sabían que estaríamos allí! —gritó Vittorio, golpeando el volante con la palma mientras tomaba otra curva a toda velocidad—. ¡Alguien habló, padre
Horas después, la puerta del quirófano se abrió, y un médico salió con el rostro cansado.—¿Familia de Cristian Soto? —preguntó, mirando alrededor.Vittorio se acercó de inmediato, con los ojos enrojecidos.—Yo —dijo, sin importarle lo que implicara esa palabra.El médico suspiró.—La bala rozó órganos vitales, pero logramos detener la hemorragia a tiempo. Está estable, pero las próximas horas serán críticas.Vittorio sintió que las piernas le flaqueaban.—¿Puedo verlo? —preguntó, con la voz rota.—Solo un momento. Aún está sedado.Entró a la habitación en silencio, y cuando vio a Cristian en la cama, con el rostro pálido y los labios secos, sintió que algo dentro de él se desplomaba. Se sentó a su lado, tomó su mano con delicadeza y la besó, dejando que las lágrimas cayeran sin contención.—No te atrevas a dejarme, ¿me oyes? —susurró, apoyando la frente sobre los dedos fríos de Cristian—. No sé qué haría sin ti... y ni siquiera puedo decirte cuánto te amo porque este maldito mundo no
La madrugada avanzaba como un veneno lento mientras Vittorio seguía junto a la cama de Cristian, sin moverse, con la mandíbula apretada y los ojos hundidos por el cansancio. El pitido constante del monitor cardíaco se había convertido en su único ancla con la realidad. Había pasado toda la noche allí, negándose a irse, a pesar de que las enfermeras insistieran en que necesitaba descansar.Cada cierto tiempo, Cristian se agitaba en sueños, murmuraba su nombre entre susurros rotos, y Vittorio se inclinaba sobre él, acariciándole el cabello, calmándolo como si fuera un niño que acaba de escapar de una pesadilla.Ya era casi mediodía cuando Cristian abrió los ojos con un poco más de lucidez. Su piel seguía pálida, y la herida vendada en su costado lo mantenía inmóvil, pero en su mirada ya no había niebla, sino conciencia.—¿Vas a seguir ahí sentado toda la vida? —murmuró con voz ronca.Vittorio se irguió al instante, acercándose sin pensar.—¿Te duele? ¿Quieres algo? ¿Te traigo agua?—Sol
El hospital había adoptado un extraño silencio. Los pasillos, siempre cargados de ecos de pasos y murmullos, parecían haberse rendido ante la presencia de los hombres Carbone, apostados como sombras en cada esquina. Vittorio no se había movido en todo el día, con la chaqueta aún manchada de sangre seca y los ojos sin descanso.Cristian dormía profundamente, conectado a un suero, y su respiración, aunque débil, era constante. El médico había dicho que, con reposo, se recuperaría bien. Pero eso no calmaba el fuego que crepitaba dentro del pecho de Vittorio.Afuera, la lluvia comenzaba a caer con una intensidad tímida, resbalando por las ventanas como lágrimas contenidas. Vittorio se levantó con lentitud, dejando la habitación sin hacer ruido. Uno de los hombres lo esperaba junto a la entrada.—¿Alguna novedad? —preguntó en voz baja.—Simone cree que los del puerto fueron alertados. No fue casualidad. El cargamento llegó antes, la zona ya estaba rodeada. Alguien habló.Vittorio asintió c
El día amaneció gris sobre la ciudad, con un cielo encapotado que parecía anticipar una tormenta. En la habitación del hospital, el silencio ya no era opresivo sino tenso, contenido, como una respiración suspendida en el tiempo.Cristian despertó despacio, con el cuerpo aún adolorido y el rostro perlado por un leve sudor. Giró la cabeza, encontrándose con los ojos inyectados de insomnio de Vittorio, quien estaba sentado junto a él, con el rostro oculto entre sus manos.—¿Dormiste algo? —preguntó Cristian con voz rasposa.Vittorio levantó la mirada de inmediato, como si su cuerpo respondiera por instinto al sonido de su voz. Una sombra de alivio cruzó por sus facciones endurecidas.—No podía —respondió—. Cada vez que cerraba los ojos, veía tu sangre en mis manos.Cristian estiró la mano con dificultad, rozando los dedos de Vittorio.—Estoy aquí… no fue suficiente para matarme.—Pero lo intentaron —respondió él, acercándose con los ojos encendidos—. Y eso basta para que alguien muera es