I
Verano, 2015.
—Quiero que seas mi esposa y mi hija, según convenga. Olvidémonos del despacho, viajemos por el mundo. Seamos solo nosotros dos, y…
—No puedo, Eduardo. Lo siento.
—Pero dijiste que estabas enamorada de mí.
—No de esa manera. Y aunque así fuera, lo que me pides es enfermo.
—¿Según quién?
—La vida.
—La vida a veces se equivoca.
Catalina aún siente las escarpadas manos de Saldívar sobre las suyas. No fue la primera vez que la tocó, sí la primera en proceder a una declaración tan poco común.
—Siquiera piénsalo.
—No hay nada que pensar. Yo estoy muy agradecida contigo, en serio. Te quiero mucho