Killiam
Tras todo un día viajando a caballo, me detengo en una manada pequeña y uso mi anillo real para cargar los gastos a mi cuenta de alfa.
Los trabajadores de aquella posada sencilla me observan estupefactos e incrédulos de que un rey esté solicitando sus servicios, y se apresuran a atenderme.
Ya la mañana está avanzada y no he comido nada desde ayer temprano, que fue cuando salí de Luna Carmesí.
Estoy famélico y muy cansado.
—Rey alfa, disculpe la sencillez de la habitación. Es la mejor que tenemos y es privada —me dice la posadera con gestos reverentes.
—Para mí está bien —le digo con una sonrisa que la hace sonrojar—. Necesitaré ropa limpia y comida; carguen todo a mi cuenta.
Ella asiente y me deja solo.
Lo primero que hago es bañarme y lavarme los dientes; luego me tiro en la cama, desnudo, pues no tengo qué ponerme y estoy muy cansado.
No sé por cuánto duermo, pero me levanto renovado.
Me traen comida y ropa, y, una vez satisfecho y vestido, decido salir a caminar por la mana