Killiam
Tras varios días de viaje, llego a la manada y me dirijo de inmediato a mi habitación. Mis ojos recorren cada centímetro del lugar donde compartí tanto con mi mate.
Y, aunque luce diferente debido a la renovación después de que casi la destruyo con mis propias manos, no deja de ser nuestro espacio privado, el lecho donde la hice mía tantas veces.
Me relamo los labios al recordar su cuerpo desnudo enredado entre las sábanas, su dulce olor y el calor de su cuerpo pegado al mío.
—¡Cuánto te extraño, mi luna! —suelto, pese a que no merezco ni siquiera desear su compañía.
No soy digno de ella ni de Lael, pues no pude defender a ninguno de los dos.
Tras un largo rato de lamentos, me doy un baño y descanso unas horas.
Dormir me sienta bien; mi energía se restaura un poco con la siesta que he tomado. Decido salir de mi habitación y hacer algo productivo. Pero primero voy a la recámara de Lael.
Me muerdo los labios porque ver sus cosas intactas me engaña y me da la sensación de que é