Killiam
Observo fijamente a los padres de Lara y ahora entiendo por qué me parecieron familiares. Ella posee facciones de ambos, aunque ninguno tiene los ojos grises ni el cabello blanco.
Suelto un largo suspiro mientras intento entender la situación. Todavía estoy afectado por ese puto sueño, y la rabia me recorre la sangre como si fuera corriente eléctrica.
No sé qué me tiene peor: las sensaciones amargas de mi pesadilla, estar frente a las personas que hicieron sufrir a mi compañera toda la vida o el no tener idea de su paradero.
Ansioso, me tiro de la cama con la colcha tapándome de la cintura para abajo, pues estoy desnudo.
—¿Ella no está en el dulmo? —insisto, como si repetir la pregunta fuera a cambiar la realidad.
—No... —masculla el padre; luego su mirada se ilumina—. Entonces Lara no está muerta. El rumor era mentira.
Resoplo. ¿De qué se alegra? ¿Fingirá que ella le importa?
Aprieto los puños contra la tela, luchando con la molestia que me hierve la sangre.
—Vine a perder m