El nombre de Julián Gaitán apareció en la pantalla como un susurro del pasado.

Valentina miraba el archivo en silencio, los ojos clavados en la fotografía que encabezaba el documento: un joven de sonrisa amplia, mirada brillante, vestido de toga y birrete. Era la graduación de derecho. A su lado, con el brazo en el hombro, estaba Sebastián.

—¿Cómo nadie supo de esto? —preguntó Tomás, rompiendo el silencio.

—Porque Isabel se encargó de borrar cada huella —respondió Sebastián, apenas audiblemente—. Pero no pudo borrar mi memoria.

El archivo entregado por Víctor no era un simple documento. Era un relato de traición, ambición y poder. Y el nombre de Julián no aparecía como víctima colateral. Era el corazón de un crimen encubierto durante más de una década.

Julián Gaitán y Sebastián Reyes habían crecido juntos en una misma calle de clase media. Desde niños compartieron libros, peleas y sueños. Julián era el idealista, el que creía que la ley podía salvar el mundo. Sebastián, el pragmático,