SAMANTA
Cuando llegamos a la empresa, el coche que nos seguía también se detuvo y un grupo de hombres vestidos de negro descendieron de él para seguirnos hasta la entrada de la compañía.
—Louis —se dirigió a un hombre de un físico extraordinario, pero con canas que anunciaban que debía rondar los cincuenta—. Ella es Samanta, mi sobrina, y por quien debes preocuparte principalmente.
—Buenos días, señorita —saludó el hombre.
Por el enfado no devolví el gesto y solo caminé con prisa hasta entrar al edificio.
Subimos al elevador.
Al llegar a nuestro piso quise caminar en dirección a mi oficina, pero la voz de John me detuvo.
—Trabajarás conmigo en mi oficina.
—Pero… mis cosas…
—Tus cosas ya las he mandado a mudar jun