84. El heredero del silencio
Cuando un hombre deja de temerle a la oscuridad, ya no hay camino de regreso.
El despacho vacío
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando Luca entró en el despacho de su padre. La estancia olía a madera antigua, humo de habano y silencio. Todo estaba en su lugar, como si Don Enzo hubiera detenido el tiempo a propósito. Sobre el escritorio reposaban las carpetas del negocio, las cuentas, los informes falsificados… y una copa de whisky que aún conservaba el calor de la mano que la había sostenido.
Luca dejó su abrigo sobre el sillón y se quedó de pie frente al ventanal. Afuera, el viñedo dormía bajo una lluvia ligera. Dentro, la tensión era un hilo invisible que lo envolvía por completo.
Abrió una carpeta marcada con un sello discreto: C.M. Importaciones.
Las cifras no cuadraban. Las transferencias eran inconsistentes, los movimientos bancarios se repetían en bucles absurdos, como si alguien hubiera querido cubrir sus huellas con torpeza.
Luca exhaló despacio. El sonido fue casi