77. La verdad no contada
A veces, las mentiras más peligrosas son las que se cuentan con voz temblorosa y manos que tiembla de culpa.
Visita inesperada
La tarde había caído con un gris plomizo que cubría toda la ciudad. La casa de Ángela, siempre ordenada y silenciosa parecía contener una calma que no le pertenecía. Ella estaba en la cocina, removiendo lentamente el café que acababa de preparar, cuando un golpeteo seco y firme resonó en la puerta principal. No era un golpe casual… era uno de esos golpes que se daban con propósito.
Frunció el ceño. Pocas personas tocaban su puerta a esas horas. Caminó hasta el recibidor con cautela, y al abrir, lo vio.
Un hombre de cabello canoso, traje oscuro y bastón de madera pulida la observaba con una sonrisa torcida, la clase de sonrisa que no trae buenas noticias.
--Buenas tardes, Ángela --dijo el hombre con voz rasposa, arrastrando ligeramente las palabras--. Han pasado muchos años.
Ángela sintió cómo el pulso le temblaba. Ese rostro, esas arrugas, esa voz… no había du