El verdadero desafío no es despertar, sino aprender a vivir con las huellas de un sueño que pareció más real que la propia vida.

El aire de la tarde tenía un peso especial, como si todo el cielo hubiese estado esperando ese momento para abrirse y dejar que la luz bañara la ciudad. Valentina apoyó la frente contra el vidrio del auto mientras la tía Ángela conducía despacio, como si quisiera prolongar cada segundo de aquel trayecto.

Habían pasado meses desde la última vez que Valentina había visto las calles. Cada semáforo, cada rostro que cruzaba la acera, cada edificio con balcones gastados le parecía parte de un mundo distinto. La vida allá afuera había continuado sin ella, indiferente a su ausencia, y ahora se le ofrecía como una película en movimiento que no terminaba de reconocer.

--¿Estás bien? --preguntó Ángela con suavidad, sin apartar la vista de la carretera.

Valentina respiró hondo, tratando de ordenar el torbellino dentro de sí.

--Sí... solo es extraño. Todo se ve diferente