63. Jodidamente mía

Era increíble la forma en la que sus labios encajaban perfectamente, y sus manos viajaban por rincones de la piel del otro que ya conocían de memoria. Allí, tendidos sobre una alfombra en la arena, Cristo susurraba palabras de amor a su ahora prometida que ella correspondía más que encantada, erizándose de pies a cabeza.

— Vamos, todavía hay algo más que quiero mostrarte — susurró él contra su cuello, donde anteriormente había dejado un reguero de besos que la tenían necesitando silenciosamente por más.

Ella abrió los ojos de par y se sacudió la arena.

— ¿Más? — indagó, impresionada.

¿Qué más podría haber después de aquella propuesta de matrimonio a la cual le habría dicho que sí otro millón de veces?

El brasileño esbozó una sonrisa y la llevó hasta un muelle cercano recubierto de los mismos pétalos de rosas que anteriormente habían adornado la pedida de mano.

Galilea alucinó aferrada a su brazo, soñadora, más que feliz. Cruzaron la pasarela, donde la brisa corría un poco más fuerte y
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