38. Dolorosamente tú

— Se acabó la fiesta, todos vuelvan a la casa y a sus respectivos labores — pidió al tiempo que sentía una fuerte opresión en el pecho; de esas que cortaban el aliento y estrangulaban. Todos obedecieron en silencio y de forma premeditaba, incluso ella — Tú no, Galilea, sígueme.

Le ordenó sin atreverse a mirarla siquiera y un segundo después ella obedecía como una autómata.

Tan pronto cerró la puerta detrás de sí, ya era casi imposible respirar. Temblaba e inhalaba sin poder contenerlo. Mientras tanto, él se aferraba a los bordes del escritorio con una fuerza que parecía desorbitante, pero es que si no lo hacía, temía que pudiese venirse abajo en cualquier momento.

— Por la expresión de tu rostro, imagino que no tenías ni la menor idea de esta… equivocación — porque sí, eso era lo que debía ser, una absoluta equivocación, no había forma de que fuese de otro modo.

Ella se había sometido al proceso de inseminación en el mismo hospital en el que él se había sometido al suyo. Era insólito,
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