11. Eres la niñera, nada más

Sus lenguas batallaron de inmediato, casi en el acto; Galilea respondió tímida al encuentro y él, en cambio, un poco más fiero. Una urgente necesidad creció entre ambos, desde lo más profundo, lo recóndito, lo jamás experimentado.

Cristo sabía muy bien en lo que se metía, por supuesto, no era un crío de dieciséis años, y aunque una parte de él sabía que esa mujer ocultaba algo, lo cierto era que nada lo hubiese detenido de cometer semejante arrebato, deseaba probarla de todas y cada una de las formas, más allá de lo indebido, del raciocinio… de sus límites.

Ella, por su lado, en una burbuja, se sentía definitivamente anclada, lo que estaban haciendo no era correcto, ella era su empleada, encargada de cuidar a la pequeña que para ese punto ella adoraba como si fuese suya; y aunque su cerebro le decía que debía interrumpir aquella locura de inmediato, su cuerpo no pensaba igual, al contrario, deseaba más… deseaba desesperadamente aquel contacto y no había forma de que pudiese parar o me
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