10. Voy a jodidamente besarte

Se quedó allí durante un par de segundos; perplejo, no la había visto desde el almuerzo. Ella se movía libre y mágica alrededor de la cocina mientras él permanecía allí, más que embrujado por esa ninfa roja de cuerpo esquelético y cabello colorado que lo hacía perder toda perspectiva.

Se acomodó la entrepierna y pasó saliva con las manos sudadas. Bendito sea… ¿por qué carajos se comportaba como si jamás hubiese visto a una mujer en su vida? Y encima ya se le estaba haciendo costumbre vigilarla a escondidas como un depravado, eso no era propio de un hombre como él, de su talla; debía parar de una buena vez.

Galilea tomó una taza del té que había preparado y olió un poco antes de girarse y encontrarse con la presencia de ese hombre; la impresión solo le causó un respingo que provocó que retrocediera, sino que el susto hizo que la taza se le resbalara de las manos y cayera alrededor de sus pies, quebrándose.

— ¡Galilea! — exclamó él, preocupado — No te muevas.

La muchacha pestañeó asusta
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