El regreso a la finca fue mucho más emotivo de lo que Camila había esperado. Aunque su cuerpo aún arrastraba el cansancio del parto, de las horas interminables en el hospital, su corazón latía con una mezcla intensa de ilusión y nerviosismo al atravesar las grandes puertas de la propiedad.Cada rincón parecía más luminoso, más acogedor, como si la casa misma hubiera estado esperando este momento junto a ellos.El auto avanzó lentamente por el sendero arbolado, y en cuanto se detuvieron frente a la entrada principal, Marta salió a recibirlos. Llevaba un delantal limpio y una sonrisa que no pudo ocultar, aunque sus ojos ya estaban inundados de lágrimas.Cuando vio a la pequeña Leonora en brazos de Camila, se llevó una mano al pecho, sobrecogida.—Bienvenida a casa, princesa —murmuró, acercándose con respeto, como si temiera quebrar la perfección de ese momento.Camila sonrió, sintiendo una emoción cálida que le llenó el pecho. El ambiente era diferente.Ya no estaba esa distancia protoc
La noche avanzaba en la finca envuelta en un silencio apacible, roto solo por el canto lejano de algún grillo y el suave crujido de la madera bajo la brisa que se colaba entre los árboles. Era una de esas noches donde parecía que el mundo entero respiraba al mismo ritmo pausado de la naturaleza. En la habitación principal, todo parecía en calma, cubierto por una penumbra tibia, hasta que un llanto agudo y urgente cortó el aire como una herida repentina.Leonardo abrió los ojos de inmediato, su cuerpo reaccionando antes de que su mente pudiera siquiera formular un pensamiento. No necesitó pensarlo. No dudó ni un instante. Se incorporó en la cama, aún adormecido, se sentó en su silla y se deslizó hacia la cuna y, con la torpeza propia de quien apenas aprendía a ser padre, tomó a su pequeña Leonora en brazos.—Ya, pequeñita... pap&aacu
La tranquilidad que había invadido la finca desde el nacimiento de Leonora empezaba a sentirse como un refugio, una burbuja protectora donde las heridas del pasado parecían cicatrizar lentamente al calor de nuevas ilusiones.Las risas suaves, los llantos breves de la bebé, los paseos bajo los árboles, todo contribuía a una sensación de paz que ninguno de los dos recordaba haber sentido antes.Pero las burbujas, como todo en la vida, son frágiles y se rompen.La noticia llegó una tarde, como un disparo seco en medio del silencio dorado de la siesta. Camila estaba en el jardín, sentada en una hamaca baja, con Leonora dormitando en sus brazos. El aroma a lavanda y tierra mojada flotaba en el aire, y el zumbido perezoso de las abejas entre las flores parecía un arrullo constante.Marta, con el rostro más serio de lo habitual, se acercó con pasos contenidos.<
Las noches en la finca se habían vuelto un ritual silencioso. Un rito íntimo y casi sagrado que parecía envolver a sus habitantes en una calma suave, diferente a cualquier otra que Leonardo hubiera experimentado en su vida.Camila dormía profundamente a su lado, su respiración tranquila como una melodía apacible, mientras la pequeña Leonora descansaba en su cuna, arropada bajo una manta bordada con su nombre. Y Leonardo, como tantas otras noches, se quedaba despierto, atrapado en sus propios pensamientos.Esa noche no era diferente. El reloj marcaba las dos de la madrugada, y el silencio de la casa era tan denso que podía escuchar el latido de su propio corazón. Afuera, el viento jugaba con las ramas de los árboles, produciendo un susurro que parecía acunar la noche.El sueño había vuelto a visitarlo. El mismo que se repetía en su mente desde hac&iacut
Leonardo miró por la ventana de su residencia en España, observando la vasta extensión de terreno que rodeaba su propiedad. Había escogido ese lugar con una razón específica: alejarse del mundo, de la gente, de los recuerdos que lo atormentaban. Necesitaba espacio, aire, silencio. Cualquier cosa que lo hiciera olvidar la rabia que todavía ardía en su interior.Un año y medio había pasado desde el accidente. Cuatro años habían pasado desde que su vida se partió en dos. Antes, había sido un hombre poderoso, temido, respetado en los negocios. Ahora, apenas era una sombra de lo que fue. Su cuerpo le fallaba, su orgullo estaba herido, y su carácter se había agriado hasta volverse insoportable para la mayoría de las personas. No le importaba. No necesitaba que nadie lo quisiera.Lo que más le dolía no era la pérdida de su movilidad, sino la traición. Su exnovia, la mujer que le juró amor eterno cuando era un hombre completo, lo abandonó cuando quedó claro que él no volvería a caminar. Se lo
La rutina en la casa de Leonardo transcurría con la misma monotonía de siempre. Cada empleado conocía su lugar y sus tareas, y la joven que había empezado a trabajar allí no era la excepción.Luego de esa interacción, quiso saber su nombre, algo que no solía importarle de los empleados de trabajos comunes. Su ama de llaves, la señora Lucía, como si supiera lo que Leonardo quería, un día le llamó la atención a la chica.—¡Camila Álvarez, deja eso! Para eso están los muchachos, es demasiado peso.Por respuesta solo oyeron una risa alegre y una disculpa. Y por alguna extraña razón, Leonardo sonrió al ver a la muchacha caminar a la casa relajada y divertida por la reacción de su jefa.Desde el primer día, demostró ser eficiente, tranquila y amable. Su dulzura resultaba casi exasperante para Leonardo, quien estaba acostumbrado a la distancia y la frialdad. Pero ella no se inmutaba ante su carácter. No parecía alterarse por su malhumor ni se intimidaba con su tono cortante, mucho menos a si
Los días siguientes transcurrieron con una normalidad tensa en la casa. Camila continuó con su trabajo, cumpliendo con cada tarea con la misma dedicación de siempre, pero Leonardo notaba lo evidente: su mirada ya no tenía el mismo brillo. Había algo en sus movimientos, en la manera en que se detenía por segundos a observar la nada, en su sonrisa que ya no era tan genuina.Algo había cambiado en ella.La veía a menudo en la cocina, fregando platos con una expresión ausente, o en el jardín, con la mirada perdida en el cielo mientras el viento agitaba su cabello. Pero lo que más le llamaba la atención era ese gesto inconsciente que hacía cuando creía que nadie la miraba: acariciaba su vientre con delicadeza, como si intentara convencerse de que aquel pequeño ser que crecía dentro de ella no era un error, como si buscara en su propio cuerpo la seguridad que no encontraba en el mundo.Leonardo intentó convencerse de que no era su problema. No le importaba lo que ocurriera con ella, se repe
Leonardo McMillan no era un hombre que disfrutara las reuniones sociales. Le incomodaban las charlas triviales, los halagos interesados y las sonrisas falsas que poblaban esos eventos. Para él, todo se reducía a negocios, números y estrategias. Sin embargo, en el mundo de las inversiones, algunas cosas eran inevitables. Las cenas con socios potenciales estaban dentro de esa categoría.Aquella noche, su casa sería el escenario de una de esas cenas formales, una reunión clave con un empresario de gran influencia en el mercado europeo. No era algo que lo entusiasmara, pero era un paso necesario para afianzar ciertos acuerdos y expandir su presencia en el sector.Desde temprano, Leonardo había dado instrucciones precisas a su personal para que todo estuviera impecable. Nada debía fallar, la elegancia y la eficiencia eran imprescindibles en una noche como aquella.Pero los planes, por muy meticulosos que fueran, rara vez salían exactamente como uno los había concebido.Horas antes del even