XXII Demente

Estefanía se despertó pensando en su jefe, luego de dormirse pensando en él también. ¿Qué habría pasado para que regresara? Mientras imaginaba todas las posibilidades, el agua caliente que vertía en la taza se le rebalsó y le salpicó encima. Tuvo que ir a cambiarse.

Se preparaba un sándwich cuando un mensaje le llegó. Era de un número desconocido, pero dejaba entrever perfectamente de quién se trataba.

«¿Qué has estado comiendo? Estás hecha una morsa».

¿Acaso Alex la había visto? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo había logrado conseguir su número otra vez? Lo bloqueó. Ya no sería la que cambiara de número; él tendría que hacerlo cada vez que lo bloqueara.

Dejó su sándwich a medio preparar, se bebió la mitad del café y salió. Ya había notado que las faldas le quedaban más ajustadas, pero quiso creer que era porque había comprado unas tallas más pequeñas. La ropa se había achicado, no ella agrandado.

En el auto tenía golosinas repartidas sobre el tablero. ¡Y hasta en los basureros de las puert
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