Los músculos de Sheily, agarrotados por mantener la misma postura tanto tiempo, necesitaban un descanso. Diez minutos. Con diez minutos tendría suficiente para seguir complaciendo a su amo.
Él la cogió en brazos y la llevó al sillón de la sala. Desechó el preservativo que tenía y lo reemplazó por otro. Sheily tragó saliva. Lo vio irse a la cocina y regresar con un vaso con agua para ella. Bebió como si fuera el más exquisito vino.
Acostada sobre el sillón, volvió a recibir al amo entre sus piernas, cansada como estaba.
Él le tomó una pierna y la apoyó en su hombro. Empezó a masajearle la pantorrilla y luego el muslo mientras ella cerraba los ojos e inclinaba la cabeza hacia atrás. Esa amabilidad, tan inesperada, era justo lo que su cuerpo necesitaba.
—Soy un buen amo, ¿no?
—El mejor —ronroneó ella. El masaje estaba riquísimo y le vinieron ganas de darle uno también. Quería tocarle la fornida espalda, besarle los hombros, mordérselos. Hasta ahora habían hecho bastante juntos, pero ta