El silencio en la finca no era natural. Era el tipo de silencio que se siente cuando el pasado se sienta contigo en la misma mesa.
Vincent estaba en el despacho de su padre. Un lugar que apestaba a poder, a historia, a secretos. Las paredes estaban cubiertas de cuadros antiguos: puros hombres. Hombres que construyeron, destruyeron, y que sabían que su legado valía más que su moral.
Su padre, Étienne Valmont, estaba sentado detrás del escritorio de caoba con una copa de coñac en la mano y su bastón apoyado sobre el brazo del sillón.
—Has cambiado —dijo sin mirarlo directamente—. No sé si para bien o para peor.
Vincent se mantuvo de pie, las manos detr&aa
—¿Y entonces? —preguntó Havana con una mezcla de ansiedad y orgullo mientras le entregaba a Vincent el manuscrito impreso, caliente todavía de la impresora—. ¿Te atreves?Vincent, recostado contra el marco de la puerta, con la camisa remangada hasta los codos y ese aire de "jefe del mundo" que le quedaba tan bien, levantó una ceja mientras tomaba el manuscrito como si acabara de recibir un tratado de guerra.—¿Esto es todo? ¿Ya llegaste al final?—Es mi final. Que no es lo mismo que el fin —respondió ella, con una sonrisa que intentaba disimular sus nervios.Él se rió suavemente, se sentó en el sofá del salón
Nunca imaginé que ver mi nombre en letras doradas sobre una pancarta gigantesca me haría sentir tan… chiquita. Tan vulnerable.“Oscuridad Consentida– Una novela de Havana”Sí, ahí estaba yo. Con mi vestido negro que se aferraba a mis curvas como si supiera que necesitaba armadura, con mis labios rojo guerra y el corazón latiendo tan rápido que parecía que quería escaparse. La rueda de prensa fue lo que se esperaba: preguntas directas disfrazadas de interés, periodistas que me miraban como si pudieran leer entre las páginas de mi alma.—¿Este libro es autobiográfico?—¿Está basado en alguien… real?—¿Vincent inspiró al protagonista?
HavanaEra mi momento. Por fin.Después del accidente, las llamadas, los comunicados fríos, los titulares escandalosos… era mi momento.Me puse el vestido rojo. Ese con escote que gritaba que no era una víctima, ni la simple autora de moda, ni “la novia de un empresario poderoso”. Era yo. Havana Belmont. La que escribió su historia a sangre viva.—¿Lista? —preguntó el encargado del evento, con un auricular en la oreja y los nervios a flor de piel.Yo asentí. Por dentro, la emoción se me alborotaba como fuego en
Vincent me miró. Silencio. Confirmación.—Alguien lo publicó en una cuenta anónima. Ya hay clips sacados de contexto. Algunos lo relacionan con nosotros, con el club, con Marco… con cosas que no tienen nada que ver con la historia final.—¿¡Marco!? ¿¡Qué tiene que ver Marco!?—Ni siquiera sé cómo llegaron a eso. Pero están relacionando personajes con personas reales. No hay pruebas, pero hay insinuaciones. Y tú sabes que Internet no necesita pruebas para destruirte.Me senté en la cama. Mi corazón latía como si alguien me hubiese metido un tambor en el pecho. No era miedo, era ira. Rabia. Porque ese manuscrito era crudo, inacabado, escrito en momentos oscuros y emocionales. Jamás debió salir de mi carpeta de "Cosas que nadie debe leer jamás".—¿Y qué hacemos ahora?Vincent colgó la llamada, se acercó y me tomó las manos. Su mirada era intensa, pero serena.—Ahora… vamos a enfrentar esto. No vamos a dejar que arruinen lo que has logrado.—¿Y si ya lo hicieron?—Entonces arrasamos con t
—¿Cómo…?—Tengo recursos. Y cuando se trata de protegerte, los uso todos. Solo lo sabemos tú y yo.Sentí un nudo en la garganta. No por la acción —aunque era monumental—, sino por lo que implicaba. Que alguien se tomara tantas molestias por mí. Por algo que ni siquiera le correspondía a él limpiar.Vincent, el hombre al que muchos temían y otros tantos querían imitar, había movido cielo, tierra y dinero por proteger una parte de mí que ni siquiera estaba segura de querer conservar.—Gracias —susurré.Él se acercó y me besó la frente, como tantas veces, pero esta vez con una ternura que me desarmó.—Ya no tienes que huir de tu historia —dijo—. Porque ahora es solo eso: una historia. Y tú estás lista para escribir otra.Esa noche, mientras el mundo se tragaba nuestra declaración pública con hambre de novela romántica, mientras los medios nos analizaban y los fans nos adoraban o cuestionaban, yo solo podía pensar en eso.En lo mucho que había cambiado.De la escritora bloqueada que busca
—No confíes en nadie que sepa tu nombre completo —dije, con el teléfono en la mano, leyendo una carta anónima que habían deslizado bajo la puerta del club, dirigida a mí."Oscuridad Consentida no fue solo un título. Fue una confesión. Y no todos están listos para perdonar."No tenía firma. No tenía remitente. Solo eso. Un papel grueso, con letras recortadas de periódico, como en las películas. Pero eso no era lo que me inquietaba. Era el perfume. Uno que reconocía demasiado bien.Vincent lo olió también. Lo sostuvo unos segundos entre los dedos y murmuró con la mandíbula tensa:
La ciudad desde la ventana parecía otra. Más quieta. Más amable. Con las luces como estrellas artificiales y el rumor del tráfico como un murmullo lejano. Cerré la puerta del apartamento con cuidado, como si no quisiera romper la calma que habitaba allí.—¿Vincent? —llamé, dejando mis llaves en la bandeja de la entrada.No respondió enseguida. Pero lo escuché. El sonido de su camisa deslizándose sobre la piel, el leve golpe del vaso al dejarlo sobre la barra de la cocina. Me acerqué.Estaba descalzo, en pantalón de vestir y una camiseta gris, el cabello ligeramente despeinado como si se hubiera pasado los dedos más de una vez.—Hola, mi autora favorita —murmuró, mirándome con esa mezcla peligrosa de deseo y ternura.—Hola, mi problema favorito —respondí con una sonrisa cansada.Vincent se acercó, lento, como si quisiera saborear cada paso que lo separaba de mí. Cuando me envolvió en sus brazos, fue como si el mundo se detuviera. Su pecho contra el mío. Su aliento en mi cabello. Su pre
La noche había caído como una manta tibia sobre la ciudad. Desde la terraza del ático, las luces titilantes de los edificios parecían respiraciones lejanas. Vincent y yo compartíamos el silencio de quienes tienen mucho que decir, pero no saben por dónde empezar. Yo tenía una copa de vino entre las manos; él también, aunque su atención no estaba en el cristal, sino en el horizonte.Estaba rara. Lo sabía. Desde la mañana no dejaba de pensar en Juliette. En esa mujer que alguna vez tuvo su corazón. O al menos eso creía yo.—¡Ey! —dije, con una sonrisa fingida, jugando con los dedos sobre su rodilla—. Estás muy callado. Eso es ilegal en una noche como esta.Él giró apenas el rostro hacia mí. Tenía esa mirada distante que usaba cuando algo le pesaba en el alma.—Pensaba en lo que viene. En cómo protegerte.—Mientes. —Tomé un sorbo de vino antes de mirarlo directo a los ojos.—. Estás pensando en ella, ¿verdad?Silencio.—Juliette.Su ceja se alzó, no por sorpresa, sino porque estaba decidie