El agotamiento finalmente reclamó a Clara cerca del amanecer. Después de horas de dar vueltas en la cama, reviviendo una y otra vez la escena de la carta quemada, el chantaje implícito de Victor, la mirada inquisitiva de Adrian, su cuerpo simplemente se rindió. Se hundió en un sueño profundo y febril, el tipo de sueño del que es imposible despertar fácilmente.
Y allí, en esa oscuridad de su subconsciente, Victor la esperaba.
El aire era denso y cálido, como si la habitación misma respirara. Clara estaba de pie en un lugar que no reconocía pero que se sentía íntimamente familiar. Las paredes eran de piedra oscura, iluminadas solo por el fuego de una chimenea que crepitaba con intensidad casi viol