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Adrian permaneció en el pasillo después de que Clara lo confrontara, sus palabras resonando en su mente como campanas de iglesia. No soy ella. Lo sabía. Dios, lo sabía. Pero el conocimiento intelectual y la capacidad de confiar eran dos bestias completamente distintas.

Había dejado pasar una hora. Luego dos. Caminó por los terrenos de la mansión bajo la luna creciente, intentando calmar el torbellino en su pecho. Pero cada minuto que pasaba solo alimentaba el fuego en lugar de apagarlo. Las palabras de Victor resonaban mezcladas con las de Clara, creando una sinfonía discordante que lo estaba volviendo loco.

Cuando finalmente se encontró frente a la puerta de la habitación de Clara, ya había pasado medianoche. No tocó. No pidió permiso. Simplemente entró.

Clara estaba de pie junto a la ventana, todavía vestida, mirando hacia la oscuridad del jard&iac

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