La segunda noche en Barcelona, Marcos me soltó lo de la cena especial. Conozco un sitio con vistas de flipar, Clara. Creo que te molará. Yo, entre nervios y ganas, le dije que sí.
El rollo entre nosotros se había relajado, se había vuelto más cercano, y cada vez que nos veíamos fuera del curro era como dar un pasito más en terreno desconocido.
El restaurante era un tesoro escondido en una azotea, con una terraza que daba a toda Barcelona.
Pero lo que te dejaba sin respiración era ver la Sagrada Familia ahí plantada, iluminada en medio de la noche. Sus torres, con unas formas alucinantes, se estiraban hacia las estrellas, creando un ambiente como de cuento.
pillamos una mesa apartada, con la gente charlando de fondo y el tintineo de las copas. La luz de las velas creaba un ambiente chulo, y sentí como si el tiempo se detuviera.
Es brutal, ¿verdad?, me dijo Marcos en voz baja, mirando la Sagrada Familia.
Gaudí era un genio. Un tío que se atrevió a soñar a lo grande.
Yo asentí, flipa