Clara tenía un ritual. Cada noche, antes de dormir, abría un pequeño cuaderno de cuero, ya desgastado, y escribía sus "observaciones" sobre Marcos Soler.
No eran notas para la novela, o al menos no directamente. Eran sus impresiones personales, sus pensamientos más íntimos sobre un hombre que la intrigaba y, a veces, la exasperaba. Había anotado sus reacciones, gestos y miradas, incluso había hecho pequeños bocetos de su rostro, tratando de captar la complejidad de sus expresiones.
También había escrito frases que él había dicho, analizándolas para intentar descubrir su significado oculto. Y, por supuesto, había dejado constancia de sus apodos: "El Tirano", "El Editor de Acero", "El Enigma". Era su forma de procesar lo intensa que era su relación con él, de entenderlo más allá del personaje de su novela.
El cuaderno era su santuario, el único lugar donde podía ser completamente honesta sobre sus sentimientos crecientes por Marcos, sentimientos que la asustaban y atraían a la vez. U