Cap. 93. Se acabó porque fuiste valiente
El día del entierro amaneció gris, como si el cielo mismo se negara a iluminar la última morada de Leonardo. El viento arrastraba un frío seco entre los cipreses del cementerio, y las campanas de la capilla resonaban con un tono fúnebre que parecía prolongarse demasiado.
El féretro, cubierto por una tela oscura y flores que nadie quería mirar, fue depositado frente a la fosa abierta. Su padre, erguido, con el rostro endurecido por una compostura casi militar, permanecía al lado. Ni una lágrima, ni un gesto de dolor, solo una máscara rígida, como si aceptar la tragedia fuese admitir también su propio fracaso; aún le estremecía recordar el momento en que tuvo que reconocer el cadáver de su hijo, no había duda alguna Leonardo estaba muerto.
La madre, en cambio, era un espectro quebrado. Se sostenía del brazo de un familiar lejano, el rostro empapado en lágrimas, murmurando el nombre de su hijo entre sollozos que parecían no encontrar consuelo.
Caroline y Mariano se acercaron muy de