La furia de dolor

—Me encantaría conocerte, María Castro… —dice Hans sonriente, y la mujer, agitada por la emoción que los envuelve, asiente con una sonrisa y corre alejándose de él, sintiendo su corazón brincar de alegría.

No puede creerlo, ¿un príncipe interesado en ella? Debe ser un sueño.

Las siguientes horas transcurren entre brindis, sonrisas, chistes de le época, la firma de Emma hacia el acuerdo con Francia y otro brindis que se extiende un poco más. Casi se está finalizando la velada, cuando Martina que no se ha separado de su hermana, le anuncia a Anna que saldrá un momento.

Al salir del palacio, Martina corre rumbo a las caballerizas. Recuerda las palabras de César cuando éste le dijo que a Cleotaldo le encanta comer, y lo confirma cuando no lo encuentra vigilando, tal cual como la otra noche.

Sus pies van por sí solos hacia uno de los cubículos, ese en donde perdió su virginidad, y al encontrar un caballo allí se echa a llorar; saca el collar de sus bolsillos, lo aprieta en sus manos,
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