—Siempre tuve cuidado… pero no lo tuve contigo, Dante Moretti —susurró Alicia, la voz quebrada por una mezcla de miedo, amor contenido y dolor.
Y fue en ese preciso instante, como si las palabras hubieran rasgado un velo invisible, que Dante también cruzó el umbral de la puerta vieja.
Apenas la pisó, algo en su interior se desmoronó. Un zumbido atroz estalló en su cabeza, como si mil campanas chocaran entre sí dentro de su cráneo. Llevó ambas manos a las sienes, tambaleándose. Un rugido mudo surgió de su garganta.
—Dante… —alcanzó a decir Alicia, petrificada al ver la reacción de Dante.
Sus ojos se abrieron de par en par, sin comprender lo que ocurría. La figura de Dante temblaba frente a ella, como un árbol a punto de desplomarse por una tormenta invisible.
El nombre. Dante Moretti.
Ese nombre retumbaba en su mente como un eco rabioso que arañaba su conciencia.
—¡Dante! —gritó Alicia, dando un paso al frente mientras él caía de rodillas con el rostro contraído en una mueca de agonía.