ACTUALIDAD
El suelo parecía desvanecerse bajo mis pies. La realidad se tornó borrosa, difusa, como si en un solo instante el mundo hubiera cambiado su curso. Miré el piso sin verlo realmente, incapaz de procesar las palabras que aquel hombre acababa de pronunciar.
Miedo. Ira. Una angustia paralizante. Todo se mezclaba en mi pecho, estrujándome el alma con una fuerza que me dejó sin aire. Mis piernas cedieron y me desplomé sobre el frío suelo del hospital.
El eco de mi propio corazón retumbaba en mis oídos. Mi respiración, entrecortada y errática, se volvió un enemigo silencioso, como si el aire me abandonara, dejándome atrapada en un abismo sin salida.
—Disculpe, señora... ¿Puede levantarse? —La voz ajena resonó como un murmullo lejano, ahogado por el caos en mi mente—. ¿Me escucha?
Intenté moverme, responder, pero mi cuerpo no obedecía. El esfuerzo me parecía monumental, como si la gravedad se hubiera duplicado de repente. Con un impulso tembloroso, conseguí incorporarme. Confundida, aturdida, me alejé sin responder, sin mirar atrás, dejando el hospital envuelto en sombras.
La noche era un velo denso, y la lluvia caía en torrentes sobre mi cuerpo, sin que siquiera lo notara al principio. Cada gota parecía fundirse con el temblor de mis manos, con el peso de mi desesperación. Saqué el teléfono de mi bolsillo con dedos torpes, buscando refugio en una voz familiar.
—¿Hola? —El tono del otro lado sonaba apagado, cansado—. ¿Quién habla?
—¿Kiran...? —Suspiré, apenas logrando contener las lágrimas—. Necesito que vengas. Por favor... ayúdame.
Mi voz se rompió en un susurro.
—¿Seegen? ¿Qué ha pasado?
—Estoy en el hospital del centro. Por favor... ven.
—Voy para allá.
El teléfono resbaló de mis manos, desapareciendo en el charco bajo mis rodillas. Mi cuerpo cedió, hundiéndose en el suelo mojado, mientras los recuerdos emergían con una brutalidad inesperada.
Porque justo en una noche como esta... mi vida cambiaría para siempre.
MÉXICO, 1987
Se inclinó hacia mí con una seguridad calculada. Tomó un mechón de mi cabello y luego acarició mi rostro. Instintivamente, aparté su mano y lo miré con desprecio.
—Como es la vida, ¿no crees? —Se incorporó y comenzó a pasear a mi alrededor—. Algunos pueden estar en mi lugar,gozando de la vida , mientras otros buscan restos de comida en la basura , oh bien aceptando lo que les den.
Aproveché su cercanía y, sin dudarlo, le escupí en el rostro.
—Me das asco ,puerco
Su expresión apenas cambió. En lugar de molestarse, sonrió de forma retorcida.
—No deberías hablarme así —murmuró, con un brillo cruel en los ojos—. Pronto suplicarás por mi piedad... y ¿sabes qué? Me encantaría escucharlo.
Tomé aire, manteniendo la mirada firme.
—Si vas a hacer algo, hazlo de una vez. No quiero seguir escuchándote.
Ajustó su traje con calma y, sin previo aviso, me golpeó en el rostro.
—¿Qué opinan de esta jovencita? —se burló, dirigiéndose a los demás—. Cree que puede desafiarme, hablarme así... ¿Acaso sabes quién soy estupida?
Clavé mis ojos en los suyos y le devolví la misma sonrisa maliciosa que me dedicó.
—Sí, eres el gato del jefe —su expresión cambió de inmediato—. Y ahora dime, ¿te sientes poderoso siendo solo su ayudante? Porque yo creo que no.
Se irguió con firmeza, pero pude notar el leve temblor de su mandíbula. Mi corazón latía con fuerza.
—Levántate.
Me quedé inmóvil, observando sin pestañear.
—¡Te he dicho que te levantes! ¿O prefieres que lo haga yo?
Sonreí con aire burlón. Su paciencia se agotó en ese instante. Me tomó del cabello y me alzó bruscamente del suelo.
—¡Vas a entender ahora mismo lo que hago con las malditas putas que se atreven a desafiarme!
Me empujó contra la pared y presionó la hoja de su cuchillo contra mi cuello.
—No tienes que decírmelo, pero parece que ya has hecho esto muchas veces, ¿verdad?
Sus ojos centellearon con rabia.
—¡Voy a hacerte pagar por tu insolencia!
La hoja del cuchillo rozó mi piel, dejando un corte superficial. Sentí el ardor, pero me negué a mostrar debilidad. De pronto, percibí la presencia de alguien más. No pude evitar desviar la mirada.
—¿Qué está pasando aquí?
La voz firme interrumpió el momento. En un instante, el hombre dejó de cortar mi piel y, en su frustración, me golpeó en el estómago, dejándome caer al suelo una vez más.
—No era mi intención molestarlo, señor... pero esta chica me debe y estoy enseñándole cómo resolvemos las cosas aquí.
El recién llegado me observó brevemente antes de dirigir su mirada hacia él, con una expresión que se endurecía con cada segundo.
—¿Me estás diciendo que una niña te debe algo? —Avanzó con pasos firmes.
—No es dinero, señor, es comida. Le he dado alimento a cambio de su servicio, pero no ha cumplido con lo prometido.
El rostro del hombre se transformó de inmediato. Sus ojos reflejaban algo que parecía ser más que indignación: preocupación. Se acercó lo suficiente para que sus rostros quedaran a escasos centímetros. La arrogancia del agresor se disipó de golpe.
—¿Te has aprovechado de una niña? —Su mano se cerró firmemente sobre su cuello.
—Señor... —Intentó responder, pero su voz se cortó cuando recibió un golpe directo en el rostro.
Con rapidez, el hombre me levantó del piso y, sin soltar a su subordinado, continuó con tono severo:
—¿Recuerdas lo que eras antes de encontrarte conmigo?
El otro hombre agachó la cabeza, evitando la mirada inquisitiva.
—Eras un alma perdida, alguien sin rumbo ni propósito. Pero ahora, al menos tienes un techo donde dormir. ¿No es así?
—Sí, señor... —Respondió con dificultad, mientras la sangre goteaba de su nariz.
—¿Y esto es lo que haces allá afuera? ¡Lárgate antes de que me arrepienta de haberte dado una segunda oportunidad!
Sin dudarlo, el hombre salió del cuarto, dejándome a solas con aquel misterioso personaje. Mis cabellos estaban revueltos por el forcejeo, pero sin darle importancia, él extendió una mano y acomodó un mechón de mi pelo.
—¿Cómo te llamas?
Tragué saliva, intentando recuperar la calma.
—No lo sé... —Respiré hondo—. No recuerdo mi nombre.
Su mirada se suavizó, pero su curiosidad no disminuyó.
—¿Cuántos años tienes?
Me quedé en silencio. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que terminé en la calle.
—¿Estás sola?
Sentí un nudo apretando mi garganta.
—Sí... Mis hermanos murieron. —Las palabras salieron con dificultad—. Hace mucho tiempo.
El hombre asintió con comprensión.
—Lamento la impresión que has tenido de nosotros.
—Su amigo es un imprudente.
Soltó una carcajada, aliviando un poco la tensión del ambiente. Luego, extendió una mano hacia mí.
—¿Te gustaría acompañarme? —Notó mi duda y sonrió con gentileza—. Te prometo que no te haré daño.
Lo observé por un momento antes de tomar su mano con cautela. Salimos de aquel edificio abandonado. No sabía que sería la última vez que vería esas calles.
Subimos a una camioneta negra y el viaje se extendió por horas. Sin darme cuenta, el cansancio me venció y me quedé dormida. Un toque suave en el hombro me despertó.
—Despierta, niña... hemos llegado.
Abrí los ojos lentamente, sintiendo todavía el peso del sueño. Lo primero que vi me dejó deslumbrada: una casa blanca enorme, rodeada por un imponente muro de piedra. La entrada estaba custodiada por hombres uniformados, vestidos de negro y armados. Al abrir las puertas, revelaron un amplio patio donde varios autos estaban estacionados.
Desde la casa, dos niños pequeños salieron corriendo a toda prisa.
El hombre bajó del auto y, con una sonrisa, se inclinó para abrazarlos con cariño. Yo había olvidado lo que se sentía compartir un abrazo.
Descendí del vehículo con cautela, quedándome de pie en el patio mientras los niños volvían con su madre.
—¿Por qué me ha traído aquí, señor? —Mi voz apenas salió de entre mis labios—. Si es por la comida, lamento no haberla pagado.
Se acercó a mí con mirada firme y segura.
—Puedo ver lo fuerte que eres. Lo que presencié me dejó impresionado... No mostraste miedo en ningún momento.
—He vivido casi toda mi vida en la calle. Sé cómo cuidarme sola.
Sentía mis manos tensas, los dedos entrelazándose por la ansiedad.
—Eso lo noto —continuó—, pero no es correcto que sigas así. Te ofrezco quedarte aquí, siempre y cuando aceptes trabajar para mí.
—¿Trabajar para usted?
—Sí. Tendrías un techo, comida, medicinas, educación.
Lo observé con detenimiento, buscando cualquier señal que me dijera que debía huir de ahí. Pero, para mi sorpresa, no encontré nada que me hiciera dudar.
Asentí con la cabeza. En ese momento, me invitó a entrar en la casa y me condujo hasta una habitación inmensa. La cama parecía la más cómoda que había visto jamás, y el armario era incluso más grande que la propia habitación.
—Puedes tomar un baño. Cuando estés lista, baja a cenar.
Confundida, me giré hacia él, acercándome un poco.
—Dígame una cosa, señor.
—Puedes decirme Aleph.
Respiré hondo antes de preguntar:
—Aleph... ¿usted quiere que mate personas ?
Soltó una suave risa y me indicó que me sentara en la cama.
—¿Alguna vez lo hiciste?
No dudé en responder:
—Sí, y no me arrepiento.
Su expresión se mantuvo neutral.
—¿Puedo saber por qué lo hiciste?
—Lastimaba a mi hermano y a mi abuela
Aleph asintió con calma.
—Lamento escuchar eso. Pero aquí nadie te hará daño, te lo prometo.
Se incorporó, dispuesto a salir de la habitación, pero mi voz lo detuvo.
—Aún no ha contestado mi pregunta.
Se giró ligeramente hacia mí.
—Eso dependerá de ti, no de mí. La única persona que tiene el control sobre su futuro eres tú.
Inspiré profundamente.
—Necesito un nombre. —Lo miré fijamente—. Si voy a estudiar, necesitaré un nombre.
Aleph inclinó la cabeza.
—¿Cómo te gustaría llamarte?
—Segeen.
Sonrió levemente.
—Entonces, desde ahora, te llamaré así.
Cuando salió de la habitación, me acerqué a la ventana, que en realidad era un balcón. Desde ahí, contemplé las estrellas en la frescura de la noche.
Unos minutos después, la puerta se abrió y entró una mujer de semblante amable.
—Lamento molestarte, pero me enviaron a prepararte para tu baño.
—Está bien... Gracias.
El agua era cálida, un contraste absoluto con las frías lluvias a las que estaba acostumbrada. La mujer nunca salió del baño; en cambio, tomó una esponja y comenzó a lavar mi cuerpo.
—No tiene que hacerlo... sé que no huelo bien.
Me miró con ternura y giró mi rostro hacia ella.
—No me molesta. Además, debes estar agotada. No te preocupes, déjame ayudarte.
Cerré los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, me permití sentir. El aire deslizándose sobre mi piel mojada, el agua recorriéndome en suaves caricias. Una sensación de calma acogedora me envolvió.
Cuando terminé, exploré el enorme armario y encontré innumerables pijamas, cada una más hermosa que la anterior.
No pude evitar pensar en mi hermano.
Si estuviera aquí, seguro estaría riendo, maravillado.
Sonreí con nostalgia y envié un beso al cielo. En memoria de aquellos seres que más amé en mi vida.