México, 1985La radio sonaba bajito, una canción vieja que apenas llenaba los rincones de la casa. La abuela tejía como siempre, sus manos ágiles entre la lana, aunque hoy parecían moverse más lento. Afuera llovía fuerte, el agua golpeaba las ventanas con insistencia, como si quisiera meterse. Mi hermano jugaba en el suelo, ajeno a todo, su risa chocaba contra las paredes apagadas. La casa estaba fría, no por el clima, sino por algo que ya venía arrastrándose desde hace tiempo. Entonces, la puerta se abrió de golpe. El ruido cortó la habitación en dos. Mi hermano pequeño se quedó quieto,. La abuela dejó las agujas en su regazo. Nadie se movió. Él entró. Las botas mojadas mancharon el suelo, dejando un rastro de agua sucia. Su ropa estaba empapada, pero no parecía importarle. Se dejó caer en la silla, hundiéndose, pero sus ojos estaban clavados en un punto invisible. La abuela lo miró, con la espalda recta, pero los hombros tensos. —¿Dónde estabas? —preguntó, tranquila, p
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