92. Un pasado que emerge sin piedad.
Dejó su cartera con cuidado sobre la mesa de la sala principal. No la tiró, no golpeó nada, su furia no era explosiva.
Era fría, precisa, demasiado peligrosa.
Se dirigió a la pequeña cocina de la suite. Cada paso resonaba en el silencio amplio del lugar. Tomó un jarrón grande, de vidrio grueso, lo colocó en la pileta y abrió el grifo. El agua fría salió con fuerza, llenando el recipiente en cuestión de segundos.
Mientras lo sostenía, vio su propio reflejo en la ventana de acero del microondas, su cabello recogido con elegancia, su rostro impecable, sus ojos bordeados de lágrimas que no caerían.
No hoy, no frente a él. Cerró el grifo, acomodó el jarrón entre sus manos y caminó hacia la habitación principal.
No golpeó.
No anunció su presencia.
Giró la perilla con la misma serenidad con la que una reina abriría las puertas del trono.
Y entonces lo vio, Viktor D’Amelio, desnudo y hundido entre las sábanas, respirando pesadamente mientras una mujer joven, casi una niña en comparación, se a