56. La pelea de una madre
Shaya Allen Moore leía en silencio el correo de Emilia Pavón, sentada junto a la cama de su hijo. Las luces suaves del atardecer se filtraban por las cortinas, tiñendo la habitación de un tono ámbar y sereno. El niño dormía profundamente, con los labios entreabiertos y una mano pequeña aferrada al borde de la sábana. Aquella paz que irradiaba su rostro contrastaba con el torbellino que aún agitaba el corazón de su madre.
Mientras leía, los recuerdos comenzaron a fluir como un río que vuelve a su cauce natural. Recordó las horas interminables de espera, las noches en vela, el peso insoportable del miedo. Pero también recordó aquel día, la tarde en que por fin lo recuperó.
El aire de la tarde olía a libertad. Mientras el auto se alejaba por la carretera, su corazón latía con una mezcla de alivio y miedo. Sabía que la guerra no había terminado; los Pavón, los Allen, todos esos nombres entrelazados en poder y heridas, seguían siendo enemigos invisibles. Pero por primera vez, Shaya compren