Y la llamada se había cortado, por mi cabeza comienzan a pasar un sinfín de cosas y no sé cuántos semáforos y altos me pasé para llegar a casa, estaciono como puedo y sin apagar el motor me bajo, entro en el edificio y subo corriendo por las escaleras, al entrar me encuentro con mi ninfa tirada en el suelo sobre un charco de sangre y el mundo se me viene encima.
—¡Rosy!
—A… Aaron, llegaste.
—Mi amor, no hables, te llevaré al hospital.
Como pude, la tomé en mis brazos y baje con cuidado, la coloqué en la parte trasera del auto y agradecí haberlo dejado encendido. Su piel estaba pálida y fría, sus ojos tenían como unas telas que cubrían ese color tan especial que tenía y su corazón apenas y latía.
—A... Aaron...
—Cariño, quédate tranquilita que vamos a llegar y te atenderán de inmediato.
Nuevamente me pasé todos los altos y semáforos en rojo hasta que llegamos al hospital, la tomé en mis brazos y corrí hacia la entrada.
—¡Qué alguien me ayude! ¡Llamen al doctor Kon! —grité desesperado,