Cayendo

El móvil vibra entre mis dedos, no sé si estoy a punto de volar… o de caer. Y caigo.

Aunque no quiero contestar, sé que debo hacerlo. Le atiendo.

—¿Dónde te has metido, zorra? —escucho la voz tajante, fría, como un puñal que corta sin pestañear.

Me paralizo. El aire se me queda atascado en la garganta.

—E-estaba almorzando —tartamudeo, mirando mis pies descalzos sobre el suelo del restaurante.

Rodrigo, al escuchar el tono de mi voz, se aleja discretamente. Me da la espalda. Me da espacio. Libertad. Libertad para hablar con el hombre que cree ser mi dueño.

—Iré ahora mismo a buscarte.

—No, no es necesario, ya voy saliendo para allá. —respondo con nerviosismo. La idea de que venga, me paraliza.

—Dije que iré a buscarte. Bájate del taxi y me esperas.

De pronto, algo se enciende dentro de mí. Tal vez es la dignidad, tal vez es la rabia contenida, o quizás la voz de Rodrigo aún resonando en mis entrañas.

—Te dije que voy en camino —respondo, firme. Firme.

Y me sorprendo a mí mi
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