El dolor llegó como una punzada aguda, repentina, inesperada. Me doblé sobre la mesa de diseño, soltando el lápiz entre los dedos y apoyando la palma sobre el borde para no caer. La habitación se volvió difusa por un instante, como si el aire cambiara de densidad, como si todo mi cuerpo hubiese olvidado cómo sostenerse.
—Sofía.
La voz de Santiago retumbó con urgencia desde la entrada del estudio. En menos de un segundo estuvo a mi lado, sus manos envolviendo mis brazos, su mirada ardiendo de preocupación.
—¿Qué pasa? ¿Dónde te duele?
Quise contestar con tranquilidad, minimizarlo