Las semanas en reposo no fueron fáciles.
Yo, que había construido mi identidad sobre la independencia, la determinación y el movimiento constante, me vi obligada a detenerme. A rendirme ante la lentitud, ante la fragilidad de un cuerpo que ahora era más que mío, que era un hogar. Al principio fue frustrante. Cada día se sentía como una batalla entre lo que quería hacer y lo que debía permitir.
Pero Santiago… Santiago fue la paz que no sabía que necesitaba.
Desde el primer día del diagnóstico, se convirtió en una presencia constante y silenciosa. No era solo que me cuidara. Era cómo lo hacía. Con una devoción que no tenía pris