El miedo no desapareció.
Se transformó.
Ya no era el tipo de terror que paraliza, que te deja sin aire ni opciones.
Era peor.
Ahora se sentía como un par de ojos invisibles observándome en cada esquina. Como una sombra sigilosa que se deslizaba entre la multitud.
Como un susurro apenas audible en la brisa nocturna.
La certeza de que algo acechaba.
Y que no importaba cuánto corriéramos… no habíamos escapado.
Comencé a notar las señales en pequeños detalles.
El aire en la oficina de Santiago se sentía espeso.La tensión colgaba sobre nosotros como una tormenta a punto de desatarse.La reunión con Luca De Martino había terminado, pero su sombra aún flotaba en el ambiente.No era solo un inversionista.No era solo un hombre de negocios.Era un recordatorio de que el pasado nunca nos dejaría en paz.Santiago encendió su laptop y comenzó a escribir con rapidez.Sus dedos se movían sobre el teclado con precisión, su expresión endurecida por la concentración.
La prisión tenía ese olor inconfundible a desesperanza y resignación.A vida desperdiciada.A muerte lenta.El pasillo de concreto parecía interminable mientras caminaba hacia la sala de visitas. Cada paso resonaba como un eco en mi cabeza, sincronizado con los latidos erráticos de mi corazón.Santiago no quería que viniera.Pero tenía que hacerlo.Tenía que verlo con mis propios ojos.Tenía que asegurarme de que seguía vivo.Los guardias me hicieron pasar y me señalaron una mesa al fondo.
El pasado era un peso que siempre había llevado conmigo.Una sombra que se aferraba a mi piel, recordándome que mi apellido no era solo un nombre, sino una sentencia.Pero ya no más.Ya no.La decisión se sintió como un salto al vacío.Sabía que no había vuelta atrás.Que una vez que lo hiciera, el mundo en el que había crecido se cerraría para siempre.Pero no quería seguir viviendo con miedo.No quería seguir huyendo.Así
El viento soplaba con suavidad, revolviendo las hojas secas del suelo y acariciando mi piel con una brisa fresca y limpia. Era un viento diferente al de la ciudad, donde el aire siempre parecía estar cargado de tensión, de prisa, de peligro acechando en cada esquina.Aquí, en este rincón apartado del mundo, el viento solo era viento.Nada más.Pero yo no sabía cómo existir en un mundo donde todo era tan… tranquilo.Desde que habíamos llegado la noche anterior, me sentía extraña. Como si mis músculos aún no entendieran que podían relajarse, como si mi mente se negara a aceptar que no había amenazas esperando en la oscuridad.No hab&iacu
El pasado no desaparece solo porque el presente ha cambiado.No importa cuántos kilómetros ponga entre lo que fui y lo que quiero ser, hay cicatrices que siguen latiendo, que se niegan a cerrarse del todo.Lo supe la primera noche en la cabaña, cuando desperté con un grito atrapado en la garganta y el cuerpo cubierto de sudor frío.Los sueños no eran sueños.Eran fragmentos de recuerdos.Sombras de un pasado que no terminaba de soltarme.Las imágenes eran siempre las mismas.El metal frío de un arma contra mi piel.
La noche estaba despejada.El cielo, vasto y oscuro, se extendía sobre nosotros como un lienzo de terciopelo salpicado de estrellas. La ciudad brillaba a nuestros pies, un mar de luces parpadeantes que parecían tan lejanas, tan irreales.Santiago me había traído aquí sin decirme por qué.Sin explicaciones.Solo me había pedido que lo acompañara.Y yo no había dudado en seguirlo.Siempre lo hacía.Siempre lo haría.El mirador estaba vacío a esta hora.El aire nocturno acariciaba mi piel, le
El sonido del agua rompiendo suavemente contra la orilla se mezclaba con el murmullo de la brisa cálida.Nunca pensé que planear una boda se sentiría así.Nunca pensé que vivir se sentiría así.Dejé el bolígrafo sobre la libreta y apoyé la espalda contra la silla, dejando escapar un suspiro. Desde la terraza de nuestra casa en la playa, podía ver el sol descendiendo lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas.La casa no era ostentosa, pero era nuestra.Un refugio lejos de todo, lejos de la ciudad que había sido nuestro campo de batalla, lejos de los fantasmas que alguna vez me persiguieron sin tregua.
El atardecer pintaba el cielo con tonos dorados y lavanda, reflejando su luz en la arena blanca. La brisa del ma