34. Un hombre cautivador
Sin saber cómo, llegaron al cuarto de baño. Tropezaron con la puerta y con el retrete. Rieron.
— Carajo, Beth, te deseo — murmuró el sexy guardaespaldas contra la boca femenina. Pegó su frente a la suya.
— Yo… también te deseo — confesó, y no solo eso, lo amaba… no había dejado de hacerlo un solo instante de su vida.
— ¿Estás segura de que quieres esto tanto como yo? — le preguntó — No quiero que mañana finjas que no pasó nada.
— Leonas… — ella lo miró con compasión.
— No haremos nada si prometes que no me ignorarás después.
— Yo…
— ¡Promételo, Beth!
Elizabeth asintió.
— Lo prometo — respondió. Y fue lo único que él necesitó para fundirse en sus suaves labios.
La llevó a la ducha. El agua estaba a una temperatura perfecta. Ninguno de los dos se preocupó por la ropa empapada, aunque esta después desapareció en un santiamén. Entonces se amaron y adoraron como cuando eran apenas unos tontos e inexpertos adolescentes.
— Separa las piernas para mí, Beth. Quiero tocarte. Quiero to