29. Necesidad de cuidarla
— Señor… ese hombre, el tal Lorenzo, no tuvo más remedio que admitir que Renato le pagó a él y a la muchacha para inventar toda esa historia — informó Leonas a su jefe una vez que cerraron la puerta del despacho.
Ana Paula, que todavía estaba sujeta a la mano de su esposo, arrugó la frente.
— ¿Por qué? — quiso saber, ella nunca le había hecho nada para que se ensañara de esa forma.
— Eso no lo sé, o al menos el tipo dice que Renato no le dio los motivos, solo le pagó.
— ¿Y te aseguraste de que no estuviese guardándose información que nos sirviera? — preguntó Santos.
Leonas apartó el vuelo de su chaqueta y dejó entrever el filo de una pistola.
— Lo hice, señor, pero en esa ocasión parecía decir la verdad.
— ¡Carajo! Y eso no es todo. ¿Recuerdas que intentaron atacar a Ana Paula? — el hombre de seguridad del CEO asintió — Fue Renato.
— ¡Hijo de…! — Leonas apretó los puños — ¿Cuál es la orden, señor?
Nada le apetecía más que clavarle una bala en el trasero.
— Ese imbécil tiene q