14. ¡No vuelvas a hacer eso!
Llamó a su puerta, y ansioso, no esperó a que ella contestara para abrir. La encontró caminando de un lado a otro. Se miraron, sin saber qué decir.
— Lo que viste allá abajo… — se aclaró la garganta, de pronto nervioso. ¿Qué ocurría? Él nunca se ponía así.
— No tienes por qué darme explicaciones — le dijo ella, acercándose a la ventana. Su corazón latía.
Santos entornó los ojos ante esa desinteresada respuesta. ¿Le daba igual si estaba con otras mujeres? Probaría cuánto.
— Tienes razón, no debo hacerlo. Pero te lo aclaro para que no creas que tú puedes pavonearte por allí cualquier día con un hombre — dijo en tono agrio.
Ana Paula se giró, abrazada a sí misma. Esa noche llevaba uno de esos vestidos que compraron juntos y en lo particular a él le fascinaba como se le veía. Su vientre resaltaba hinchado y a sus mejillas le daba precioso tono melocotón. Un deseo inexplicable por ella aumentó.
— ¿Qué si lo hiciera? Tú estabas haciendo exactamente lo mismo hace un momento. Yo también