Cuando el vestido finalmente cayó arremolinado a sus pies, se sintió completamente expuesta.
El calor que irradiaba del cuerpo de Alejandro se alejó cuando el hombre dio dos pasos hacia atrás para mirarla mejor.
Sus ojos grises la recorrieron desde su cara hasta la punta de sus pies.
Suspiró internamente con alivio cuando notó que no se había percatado de nada raro.
En sus ojos no había curiosidad ni molestia, había deseo.
—Tus senos —se acercó entonces y amasó el primero— parecen estar más llenos.
No supo qué decir.
Le sorprendía que hubiera notado un detalle tan minúsculo como ese.
—¿Está cerca tu periodo, Selene? —murmuró, besando su cuello al mismo tiempo que sus dos manos se apoderaban de sus senos.
Cerró los ojos y olvidó la pregunta y lo delicada que era la situación.
—¿Te quedaste muda? —se separó un centímetro para examinar su cara, hablándole con esa voz profunda que le imposibilitaba pensar cuerdamente—. ¿Ves que también lo quieres, Selene? ¿Por qué te niegas tanto? ¿Por qu