CAPITULO 34 Saborear lento y sin prisas.
—Es extraordinaria la manera en que respondes a mis caricias.
—Me llevas hasta el cielo y desde ahí caigo—dijo ella al calmar su respiración, sus pezones todavía duros y clavados en la masa de músculos que eran el tórax y los abdominales de su amante.
Su miembro palpitaba y horadaba su estómago, de tal forma que debía doler. Consciente de ello, supo que era tiempo de atenderlo, y descendió de manera natural. Lo miró y vio sus ojos turbios clavados en ella. Abrió su boca, sin dejar de observarlo y extendió su lengua, rozando su glande con la punta, para luego tomar todo su grosor y hacer que su miembro avanzara hasta la garganta, su lengua trabajando sin piedad sobre el largo. Con su otra mano tomó los testículos y los apretó y acarició. Disfrutó de su sabor, su boca y su lengua, arriba y abajo sin piedad, cada tanto liberándolo para hacer que su lengua lamiera por toda la extensión.
Regina nunca había sentido la urgencia de dar sexo oral; las veces que lo había hecho habían sido pocas