—Lo siento mucho —le dije nuevamente con arrepentimiento.
Lo siento por hacer perder el tiempo a Mateo, por hacerla esperar tanto.
Lo siento por mi actitud hacia ella antes.
Ella es una anciana tan amable, y yo me burlé de ella.
Pues bastante estúpida yo, fui demasiado lejos.
Me reprendí mentalmente, y la culpa en mi corazón se volvió cada vez más intensa.
Justo cuando estaba sumergida en mi desprecio, la abuela Bernard de repente me tomó de la mano y me hizo sentarme a su lado.
Ella me sonrió con dulzura: —Ay, mi querida nuera tan tonta, ¿por qué me pides perdón? Los hombres deben esperar a sus esposas.
La miré sorprendida.
¿En qué estaba pasando?
¿Acaso la abuela Bernard no sabía que Mateo y yo nos habíamos divorciado?
Y por su actitud, parecía que ni siquiera le caía mal.
¿Qué estaba ocurriendo?
La abuela Bernard me dio unas palmaditas en el dorso de la mano y luego miró a Mateo:
—Bueno, como llegaste tarde por esperar a tu esposa, te perdono.
Mateo sonr