Cuando lo escuché, no pude evitar sonreír, y sentí una dulzura inesperada en el corazón.
Últimamente Mateo era muy directo cuando hablaba, pero me encantaba escucharlo.
Con razón, cuando se descubrió el plan de Camila de fingir su enfermedad, él no reaccionó mucho.
Ya había decidido que, con o sin enfermedad, no se iba a volver a preocupar por ella.
Lo que pasa es que, al recordarlo, me daba coraje pensar que antes, cada vez que Camila “recaía”, él me hacía a un lado sin importarle nada.
Sobre todo esa vez en Zuheral, cuando a medianoche me mandó a comprar medicinas y Waylon casi abusa de mí.
Le dije, fastidiada:
—De verdad la cuidabas demasiado antes. Menos mal que yo soy buena gente y no te lo tomé en cuenta. Si hubiera sido otra mujer, ya te hubiera dejado hace mucho.
Mateo no dijo nada.
En cambio, bajó la velocidad, se fue orillando y se detuvo.
Lo miré sorprendida:
—¿Qué haces…?
Antes de que terminara de hablar, se inclinó de la nada y me pegó con fuerza a su pecho.
Me abrazó, sin