Con Mateo a mi lado, dormí muy tranquila el resto de la noche.
Cuando volví a despertar, el cielo ya estaba claro.
Cuando me moví un poco, sentí que el brazo que me rodeaba la cintura apretó con más fuerza.
Tenía la espalda pegada al pecho ardiente de él y, al instante, la temperatura bajo las sábanas subió unos grados.
Tiré un poco de la manta hacia abajo y, dentro de su abrazo, me giré.
Mateo tenía los ojos cerrados, respiraba con calma, como si aún estuviera dormido.
Pero incluso dormido, su brazo me sujetaba con fuerza de la cintura, como si temiera que me escapara.
Dormía con un aire tranquilo; sus cejas, que casi siempre mostraban seriedad y carácter, ahora se veían más tranquilas.
Era la primera vez que lo miraba tan de cerca cuando dormía y descubrí que sus pestañas eran sorprendentemente largas.
Así que, al final, las pestañas largas de Embi eran herencia de él.
Sus facciones eran profundas y marcadas, sus labios delgados tenían un aire sensual, y hasta su nuez de Adán tenía u