Pasé los dedos sobre esas letras.
No sabía bien qué sentir: una mezcla de tristeza y de ternura.
En ese entonces, él seguramente me miraba en silencio desde algún rincón.
Y yo, en cambio, solo tenía ojos y atención para Michael.
Seguro le dolió mucho por dentro.
Valerie me miró y sonrió:
—No tienes que sentirte mal ni culpable. En ese momento tú no sabías que él estaba enamorado de ti. No fue tu intención herirlo. Lo importante es que ahora están juntos. Si de verdad lo hubieras perdido, entonces sí sería una lástima.
Asentí. Ella tenía razón.
Si lo hubiera perdido, encontrar ahora esas letras sería un dolor eterno.
Le sonreí:
—Vamos, a bailar.
—¡Sí, sí! —respondió Valerie, y me arrastró hacia la pista.
La música de la discoteca tenía un ritmo intenso.
Saltábamos al compás; era una sensación de verdadera liberación.
Pero hacía años que no bailaba, y a los pocos minutos ya estaba sin aliento.
No era de extrañar que Mateo siempre se quejara de mi poca resistencia.
Mientras intentaba segu