Solo que los pasos se detuvieron justo en la puerta.
De inmediato, Mateo gritó:
—¿No te dije que no subieras? ¡Baja!
Me quedé paralizada.
¿Con quién estaba hablando? ¿Había otra persona afuera?
Mientras lo pensaba, tomé una bata y me la puse.
En cuanto puse un pie en el suelo, escuché la voz fingida de Camila:
—Mateo, no seas así, yo solo quería subir a ver a Aurora. Ella estaba viviendo bien en nuestra casa, pero resulta que anoche no regresó, la llamamos y no contestaba. Su hermano y yo estábamos muy preocupados.
Sonreí con sarcasmo.
Esta mujer siempre fingiendo, siempre actuando, a cada segundo.
¿Preocupada por mí? ¿Cómo se atreve a decirlo en voz alta?
Aunque claro, hoy no vino a confirmar si yo estaba aquí, sino por mis dos niños.
Froté mis piernas doloridas y me levanté. Fue entonces cuando noté que llevaba puesta la bata de Mateo.
¡Tan grande y tan larga!
Apreté el lazo de la bata y, con el cuerpo todavía débil, caminé hacia la puerta.
Ese hombre de verdad fue demasiado apasiona