Aunque de los tres, solo la sonrisa de Carlos era sincera; la de Camila era más falsa que nunca.
Apenas estacioné el auto, Carlos ya se acercaba.
—Aurorita, por fin llegaste.
Me abrió la puerta del auto, mirando hacia adentro.
Cuando no vio a los niños, un destello de decepción pasó por su cara.
—¿Por qué no trajiste a Embi y Luki? Yo les tengo unos regalos.
En ese momento, Camila y mi padre también se acercaron.
Cuando escucharon que Embi y Luki no habían venido, la cara de mi padre se puso seria y, con pesar, dijo:
—Aurorita, ¿y mis dos nietos? ¿Por qué no los trajiste? Solo los vi una vez y ya pasaron tantos días. Los extraño mucho.
Los ojos de Camila brillaron un instante, y con una sonrisa fingida dijo:
—Ay, escuché que Luki y Embi ya están en el kínder. Hoy no es fin de semana, seguro ahora mismo están en la escuela. Cuando tengan vacaciones, podemos ir a buscarlos, será lo mismo.
Mi padre asintió, aunque en su cara seguía reflejándose la decepción.
Carlos sonrió:
—Con que Aurori