Así que hoy estaba tan desocupado, ¿entonces por qué tuvo que mentirme para que yo recogiera a los niños?
—¡Papi!
Cuando los dos niños lo vieron, corrieron felices hacia él.
Mateo soltó su revista sobre la mesa de centro, y abrazó a los dos niños. Por una vez, su mirada se llenó de ternura.
Les acarició la cabeza suavemente y sonrió:
—Vayan a lavarse las manos, que en un rato vamos a cenar.
—Bueno.
Los dos obedecieron, dejaron las mochilas y fueron uno detrás del otro al baño.
Ya que había traído de vuelta a los niños, yo también debía irme al restaurante.
Miré la hora: faltaban cuarenta minutos para las seis.
Justo cuando iba a voltear para salir, ese hombre me llamó de repente. Su voz no era tan seria como de costumbre, aunque tampoco sonaba amable.
Dijo:
—La cena de casa ya está casi lista, ¿a dónde vas ahora?
¿Qué? ¿Este hombre tenía amnesia?
Me volteé y le sonreí:
—¿Lo olvidó, señor Bernard? El director Samuel me invitó a cenar, tengo que ir ya mismo.
Mateo se puso muy serio de in