Me dio un escalofrío en la espalda.
Lo primero que pensé fue: ¿Mateo está aquí?
Me volteé de inmediato y le hablé al dueño de la tienda.
—¿Dijiste que mi jefe vino?
—Sí —asintió.
—Hace como una hora estuvo en mi tienda. Me pareció raro verlo solo. Pero ahora entiendo: seguramente no te trajo porque cargas esa barrigota y moverse contigo le resulta incómodo.
¿Hace una hora?
¿Y si todavía está por aquí?
Se me aceleró el corazón.
Valerie miró al dueño y le preguntó:
—¿Y a qué fue? ¿A comprar un abrigo?
El dueño respondió:
—No, solo se quedó mirando esas fotos un rato muy largo. Ustedes no lo saben, pero por dentro yo estaba muerto de miedo, pensando que se enojaría y me demandaría por usar su imagen, o que me pediría dinero por publicidad. Por suerte, miró las fotos media hora y se fue sin decir nada. Ahora que lo pienso, seguro vino a admirarlas porque le gustaron mucho.
Valerie sonrió, entre contenta e incrédula.
Pero yo no lograba calmarme.
Si me volviera a cruzar a Mateo, ¿cómo reacci