Hizo una pausa y luego dijo:
—Pensé que ya no querías verme.
—¿Cómo crees? —contesté.
Me miró y suspiró:
—Estás molesta conmigo, ¿verdad?
En voz baja, le dije que no.
Él me explicó rápido:
—Lo de hoy… no es que defendiera a Camila. Solo me preocupaba que la estuvieras malinterpretando. Al final, ella no tendría razones para hacerle daño a tu familia, además ella…
—Ya basta, no quiero seguir hablando de ella.
La verdad, no quería ni mencionarla.
Además, mi mamá tenía razón: Mateo también fue víctima de las mentiras de Camila.
Y cuando alguien miente tan bien y actúa tan perfecto, solo con pruebas imposibles de negar se le puede abrir los ojos a alguien.
Sin esas pruebas, todo lo que yo diga será en vano.
Mateo me miraba muy fijo.
Parecía convencido de que yo estaba molesta, y apretó mi mano con más fuerza contra su pecho.
Volteé y noté que de inmediato empezó a nevar otra vez.
Le dije:
—Ya está oscureciendo, vamos a cenar.
Pero él no se movió.
Suspiré:
—Tengo hambre. Si no quieres comer