—Después hablamos:
—Pero...
Antes de que pudiera terminar, me selló los labios de un beso.
Su deseo era demasiado fuerte, arrasando con todo. Los papeles en el escritorio, el portalápices... todo cayó al suelo por su culpa.
Incluso la comida que había traído terminó tirada.
Molesta, lo miré y le reclamé:
—¡¿Te quieres morir de hambre o qué?!
—Contigo aquí, no me da hambre.
Con una sonrisa traviesa, me subió al escritorio.
Esta vez no fue tan largo; en cerca de una hora ya todo había terminado.
Me froté la espalda, adolorida por esa mesa incómoda, y lo miré muy molesta.
Él se rio y me llevó en sus brazos al baño.
Después de desahogarse, su cara se veía mucho más relajada, y su cuerpo ya no mostraba tanta tensión.
Me abrazó mientras nos duchábamos juntos.
Bajé la mirada a mi vientre, ya algo abultado, y le pregunté:
—Mateo, ¿de verdad no crees que estoy embarazada?
Ese día que me enteré de repente que mi mamá estaba muy enferma, y como su mamá también se puso mal, no tuve tiempo de reage