En ese momento, Mateo parecía un robot obediente: le dije que esperara ahí, y de verdad se quedó quieto, sin moverse.
Salí del baño con las piernas temblorosas, todavía afectada por todos esos besos y caricias.
Corrí rápido a la cama y saqué la prenda negra escondida bajo la colcha: era una lencería sexy, de esas atrevidas.
La miré desde todos los ángulos posibles, y mientras más la veía, más roja me ponía.
¡Jamás imaginé que Mateo, ese hombre tan serio y correcto, fuera capaz de comprar algo así en secreto!
¡Aaaaahhhh...!
Definitivamente, subestimé su lado atrevido.
Pero bueno... yo lo amaba, así que por supuesto que estaba dispuesta a ponérmela para él.
Solo que... ¿cómo se supone que se pone esto?
Tardé varios minutos en entender cómo ponérmela.
Ni siquiera me atreví a mirarme al espejo. Me cubrí como pude y volví al baño, sintiéndome como un flan.
Apenas entré, sentí una mirada sobre mí, tan intensa que parecía ver a través de la ropa.
Intenté cubrirme de arriba abajo, pero entendí